domingo, 14 de julio de 2013

La Escuela de traductores de Toledo
fue un invento de moros y judíos

11.7.13


Muchos están convencidos de que la Escuela de Traductores de Toledo fue producto de la España musulmana, con la inestimable cooperación judía.
 
Situémonos. Año 1100. Han pasado cuatro siglos desde la invasión musulmana. Los cristianos han recuperado ya hasta la línea del Tajo. La España cristiana, tanto en Castilla y en León como en Aragón y en Barcelona, es una sociedad pujante, inquieta, que compensa su escasez demográfica con una enorme vitalidad, pero es también una sociedad rudimentaria, de cultura muy limitada, después de que la invasión árabe asolara el mundo visigodo.
 
Enfrente está la España mora, ahora en plena crisis, ya incapaz de recuperar lo perdido, pero cuya civilización se ha beneficiado de la gran extensión del islam, incorporando conocimientos traídos de todo el viejo mundo, desde el ámbito grecolatino hasta Persia y Babilonia.
 
El poder cristiano, ascendente, desea ese saber: reyes y obispos son conscientes de que el conocimiento, la ciencia, son imprescindibles para consolidar su liderazgo. Por eso decidirán traducir las obras que los moros atesoraban. Y esa decisión tiene un nombre propio: Bernardo de Sauvetat, monje cluniacense de origen gascón, arzobispo de Toledo.
 
¿Por qué había tantas obras clásicas en Al-Andalus? Hay que remontarse a la época final del imperio romano: fue entonces cuando buena parte de la sabiduría grecolatina se tradujo al siríaco, precisamente en Siria. Siglos más tarde, esas obras se verterían al árabe. Así llegaron a las grandes bibliotecas califales de Córdoba, de donde pasarían a su vez a Toledo. Todo ese saber sufrió los violentos vaivenes de la vida cultural bajo el poder musulmán: califas como Alhakén II construyeron bibliotecas portentosas, pero caudillos como Almanzor se dedicaron a quemar libros; los reinos de taifas, aunque sustancialmente corruptos, estimularon mucho la creación cultural, mientras que el régimen almorávide, por el contrario, persiguió a los creadores con saña fundamentalista so pretexto de heterodoxia.
 
Toledo cayó bajo las banderas cristianas antes de que llegaran los almorávides. Allí, en la vieja ciudad del Tajo, había gran cantidad de libros. Estas obras eran, en su mayor parte, de materias científicas, disciplina en la que la civilización árabe poseía anchos conocimientos, tanto importados como propios. Había textos judíos, textos arábigos, textos persas… Y además, en Toledo, después de la conquista, había mozárabes que conocían el árabe y el romance, y judíos que conocían el hebreo, y clérigos que podían traducir del romance al latín. Era posible, en fin, verter en provecho propio todo aquel conocimiento.
 
Dejemos claro algo importante: jamás hubo propiamente una escuela de traductores, una institución que se llamara así. Los traductores no estaban en un sólo lugar y, frecuentemente, ni siquiera se conocían entre ellos. El nombre de “escuela” se atribuyó posteriormente a su trabajo. Tampoco fue un fruto de la convivencia de “tres culturas”, como se suele decir. No, no: fue iniciativa del poder cristiano, y por particular empeño del arzobispo de Toledo.
 
¿Cómo se organizaba el trabajo? Mediante una cadena de traducciones sucesivas. El arzobispo encargaba a los mozárabes de Toledo, cristianos que entendían el árabe, las traducciones del árabe al romance (el castellano antiguo), y los clérigos de la catedral toledana, que conocían el latín, traducían del romance al latín. Igualmente, los judíos de Toledo traducían del árabe al hebreo y del hebreo al latín. Hubo, pues, muchos traductores, muchas traducciones y un efectivo trasvase de la cultura acumulada por el islam medieval a la civilización cristiana.
 
Conocemos a algunos de esos traductores: el mozárabe Domingo Gundisalvo, el judeoconverso Juan Hispalense, el italiano Gerardo de Cremona, el escocés Miguel Scoto. También sabemos qué se traducía: todo Aristóteles, Platón, Tolomeo, Euclides; la metafísica de Avicena, la astronomía árabe, la Fons Vitae de Avicebrón… El 47% de las obras traducidas eran de cálculo y cosmología; el 21%, de filosofía; el 20%, de medicina; un 8%, de religión, física y ciencias naturales, disciplinas que en esta época es difícil deslindar; sólo un 4% de las traducciones se ocupaba de alquimia y ciencias ocultas.
 
De manera que la llamada Escuela de Traductores de Toledo, que en realidad no era una escuela, fue una gran aventura del conocimiento promovida por los reyes cristianos y por los obispos de la Reconquista. Fueron ellos quienes enriquecieron la cultura occidental al incorporar los conocimiento que los árabes habían conservado y también sus nuevas aportaciones. Eso pasó en la España medieval. Una España que no fue un mestizaje de “tres culturas”, sino una sociedad compuesta, plural, pero bajo la hegemonía incuestionable de la cultura cristiana. 


FUENTE:
http://www.intereconomia.com/noticias-gaceta/cultura/escuela-traductores-toledo-un-invento-moros-y-judios-20130711

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