jueves, 12 de diciembre de 2013

Herman Hesse y la literatura universal

12.11.13

En 1929 publicó Herman Hesse un librito de unas cuarenta páginas con el título "Una biblioteca de la literatura universal", que se dirigía, sobre todo a lectores jóvenes que necesitaban una guía para sus lecturas. Nos fijamos en este librito gracias a un ensayo de Kurt Tucholsky, un gran admirador de esta pequeña obra maestra.

A Hesse, cualquier dogmatismo le es ajeno y por lo tanto para él no existen los libros imprescindibles. Considera que sería un error "obligarse a leer cualquier obra maestra, sólo porque es famosa y porque nos diera vergüenza confesar que no la conocemos". Para Hesse, una de las peores barbaridades sería "la lectura sin amor, el saber que no nos merece respeto, la cultura sin corazón". Exige que nos identifiquemos con los libros que leemos, que no nos sean indiferentes. Un hombre verdaderamente culto no es aquel que ha leído una enorme cantidad de libros que son famosos, sino, aquél quien escogió personalmente un número limitado de obras que realmente le llegan al corazón. No todos tenemos que leer los mismos libros, sino cada uno de nosotros escoge las obras, con los cuales más afinidad tiene.

En muchas universidades europeas, se le entrega al estudiante de Letras una lista de libros que, según sus maestros, son fundamentales para su formación. Los profesores, por lo general, se quejan de que sus estudiantes no lean lo suficiente, pero Hesse opina que lo contrario, la lectura excesiva, también puede causar daños y afirma: "Los libros pueden ser una competencia desleal para la vida". Hay estudiantes que argumentan que no quieren tener el mismo destino que "El Quijote", quien después de lecturas exageradas perdió el contacto con la realidad y empezó a luchar contra los molinos de viento. Pero sus maestros no temen al lector voraz enloquecido y señalan, como por ejemplo Ernst Robert Curtius que un caso como "El Quijote" es la gran excepción.

El librito de Hesse no pretende ser una guía objetiva, sino un texto, en el cual, se reflejan las experiencias subjetivas del autor, para el cual, sobre todo las obras de literatura alemana, son de gran importancia. Obviamente, no faltan los clásicos de la literatura greco-latina, así como Dante, Cervantes, Shakespeare y Goethe. Aunque el autor hace un esfuerzo por no abarcar demasiado, ofrece una lista de lecturas bastante larga. Tal vez muchas obras de la literatura alemana que le son familiares le parecen menos importantes que los clásicos de la literatura de la India y de China. El I Ching que tradujo Richard Wilhelm al alemán es, sin duda, más grande que la narración de un autor de realismo alemán que Hesse aprecia. Sin embargo, tenemos un acceso más fácil a las obras de nuestra propia lengua que a las obras maestras del lejano Oriente. Hesse admira las traducciones de los clásicos chinos que hizo Richard Wilhelm y que, según él, son uno de los acontecimientos más importantes de la vida cultural alemana. Pero, muchas veces, las traducciones de obras en lenguas orientales son tan malas que no nos ofrecen un verdadero acceso al texto original. Por eso dice el autor que "un bello verso de calidad de un poeta alemán, cuya melodía sé disfrutar en todos su matices, me ofrece, a veces, mucho más que una obra memorable de la literatura en sánscrito, si sólo la puedo leer en la traducción tiesa e insoportable de cualquier persona incompetente". Para Hesse es frustrante leer una gran obra oriental en una traducción espantosa, pero aún así encuentra, a veces, algunos granos de oro. Las traducciones buenas como las de Wilhelm y las de Neumann de los "Discursos de Buda" desafortunadamente son la excepción. Por eso, para nosotros el mundo oriental sigue siendo enigmático.

Hesse tiene la firme convicción de que no se puede hablar con objetividad de literatura, porque los criterios de su evaluación cambian con cada generación. Tal vez mañana no se acuerde nadie de libros que hoy nos parecen excelentes y pasado mañana se vuelven a descubrir. Todo eso no se explica por la "debilidad y volubilidad humana". Estas "oscilaciones de la evaluación" dependen de "leyes que no podemos formular con claridad, pero sí las podemos sospechar o intuir".

Tampoco las grandes figuras de la literatura universal son eternas. "Nuestros abuelos tenían una idea de Goethe que era muy diferente de la nuestra", dice Hesse y está plenamente consciente de que su librito subjetivo no necesariamente tendrá la aceptación de las siguientes generaciones:

"Lo que para mí es la esencia de la literatura universal, les parecerá a mis hijos tan unilateral e insuficiente y hubiera causado una sonrisa de lastima a mi padre o abuelo". A Hesse le dejó indiferente la gran biblioteca de su abuelo. Pero no se siente superior a sus antepasados, sino, simplemente, respeta sus gustos que no comparte y concluye: "Anhelar objetividad y justicia es un ideal muy bonito, pero nunca se nos debe olvidar que es imposible cumplir con tales ideales".

Hesse es creador y, por lo tanto, no comparte el sueño de muchos profesores e investigadores de juzgar de manera objetiva y definitiva las obras artísticas. Según el formalista checo Jan Mukarovsky, los criterios de evaluación estética, son productos de consensos sociales que continuamente se modifican. Eso es lo que Hesse intuye, pero no expresa. Seguramente, no le interesaban las obras de teoría literaria. Su lista de grandes obras literarias que nos ofrece en "Una biblioteca de la literatura universal" puede pasar de moda, pero la tesis central de su librito de que nuestros criterios de evaluación estética son subjetivos siempre estará vigente. Y también otra afirmación no pasará de moda. Según él, sólo las grandes obras literarias nos enseñarán a leer de manera profunda.





FUENTE:
http://www.oem.com.mx/eloccidental/notas/n3191119.htm


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