‘Los miserables’ se libran de la censura
1.12.13
“Los lectores españoles llevan más de cien años leyendo el episodio convertido en todo lo contrario: el arrepentido es el convencional y el que le imparte su bendición y su perdón es el obispo”, explica la traductora.
Cuesta creer que la integridad de los clásicos de la historia de la literatura esté a ojos de todos mancillada. En manos de los traductores está la recuperación de las fuentes primarias para evitar las atrofias de la censura y la mediocridad. Las obras señeras reclaman una segunda oportunidad para volver a la vida, tal y como fueron concebidas.
Sin tajos ni parches, como le ocurrió hace un año a la nueva versión en castellano de Robison Crusoe (1719), de Daniel Defoe (1660-1731), publicada por Edhasa. Estos días, la editorial Alba ha colocado en las librerías españolas la primera traducción directa de Los hermanos Karamázov (1880), de Fiodor Dostoievski (1821-1881). Ahora Alianza se suma a la fiesta de la dignidad con la primera versión del original de Los miserables (1862), de Víctor Hugo (1802-1885).
“La censura que padeció a finales del siglo XIX la traducción más publicada y vuelta a publicar de Los miserables y que esas sucesivas publicaciones, que han llegado hasta el siglo XXI, no han subsanado”, explica Gallego (Madrid, 1943). La vejación del pasado fue prorrogada por la desidia del presente. ¿O no? El trabajo que hace más de un siglo realizó Nemesio Fernández Cuesta se ha perpetuado hasta el momento, edición tras reedición, apoyado por editoriales preocupadas del tiempo y del dinero, sin ánimo de corregir y revisar.
“Además, hay editores que no se molestan en dar lectura a fondo de los originales para comprobar si los clásicos están completos”, cuenta Gallego como otro de los males de las versiones dignas.
Sea como fuere, la magna novela no salió de la lista de libros prohibidos por la Iglesia hasta 1959, como recuerda María Teresa Gallego. De hecho, explica esta profesora universitaria jubilada que, en el siglo XX, apenas se han hecho traducciones nuevas. Entonces Alianza le propuso la empresa, que se ha rematado en cerca de 1.900 páginas. “Dije que sí, pero pedí un año, me lo concedieron y fueron tres”.
¿Tres años? La autora dilapidó esfuerzos en investigar sobre el vocabulario, para referirse a él con todo el rigor posible. Rastreo de costumbres y objetos, de hortalizas, de sucesos, hasta conseguir la primera traducción íntegra y fidedigna a disposición del lector en castellano. La laboriosa recopilación de información ha sido favorecida por la cantidad de documentos y diccionarios online. Los recursos que ha tenido al alcance de su ordenador, en su estudio, no los tuvo nunca antes otro traductor y, explica, con un gigante enciclopédico como Hugo se necesita mucho apoyo documental.
Para empezar, la jerga. Si usted tiene una versión antigua de Los miserables cójala, busque las voces de los arrabales, de los quinquis, de los delincuentes parisinos del siglo XIX y comprobará que estos –los suyos, no los de Hugo- hablan caló. Repetimos, “caló”. Gallego, un torbellino entusiasta que se encrespa con disparos de mil ideas por segundo, dice que la parte de la jerga ha sido verdaderamente infernal, porque está datada y su labor de documentación es inagotable.
Ella ya se había batido el cobre en los terrenos marginales del lenguaje oficial, gracias a las traducciones que hizo en los setenta de Jean Genet. La Premio Nacional de Traducción 2008 tuvo que arreglárselas para que aquel lenguaje carcelario de delincuentes saliera indemne. Incluso, recurrió a glosarios de la policía. La jerga de Hugo era un siglo anterior a la de Genet, así que cambió de diccionarios. “Fue una de las etapas más difíciles, pero muy rica”, explica sobre su trabajo más reciente. “El conjunto ha quedado afín a su época y con un color propio, peculiar. Juro que ya no hay ni una palabra caló”, y ríe.
Cuestión de honradez
¿Cuáles son los límites del traductor? “La honradez con el escritor al que se traduce y al lector que leerá. Esa es la ética profesional de este oficio. Están permitidas todo tipo de libertades, siempre y cuando la traducción diga lo mismo que el original, aunque con diferentes recursos”, responde.
Uno de los pecados que cometía la traducción tradicional de Los miserables es la del mal de “naturalizar”. Naturalizar, a fin de cuentas, es volver extranjero de su tiempo y de su espacio al libro. Desfigurarlo.
TEXTO COMPLETO:
http://www.elconfidencial.com/cultura/2013-12-01/los-miserables-se-libran-de-la-censura_60717/
FUENTE:
http://www.elconfidencial.com/cultura/2013-12-01/los-miserables-se-libran-de-la-censura_60717/
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