miércoles, 4 de diciembre de 2013

 Averiguaciones en torno a la traducción

14.10.13
 

A raíz de haber obtenido el Premio José Rodríguez Feo de traducción que confiere la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, UNEAC, no pocos periodistas, escritores e interesados en general se me han acercado para comentar sobre este ejercicio. Hay toda una gama de preguntas en torno al acto traductor que se reiteran y me hacen meditar al respecto a partir, no únicamente de mis lecturas, sino, de mi práctica personal. Considero que es un asunto de utilidad compartir estas ideas, no solo por las conclusiones a que he llegado, sino porque mueven a otras disquisiciones y juicios.

 
En primer lugar, creo que es conveniente el enfocar con mayor visibilidad al traductor. Por muchos años, ha sido ésta una labor no solo cuasi anónima sino poco estimulada. Hay cientos de libros a los que accedemos donde no se hace referencia alguna a la persona que se ha encargado de viabilizarnos su lectura. No es únicamente una injusticia intelectual, sino, un ninguneo que denota una postura desdeñosa hacia esta labor. Siempre incito a que pensemos cuántos textos fundamentales de la vida espiritual de la humanidad nos fueran desconocidos si no contáramos con la dedicación laboriosa e inteligente de un traductor. Deténgase cualquiera a eliminar de sus saberes las obras que no fueron concebidas en español y ya se percatará de la lastimosa pérdida que esto constituiría. Téngase presentes la Biblia, el teatro griego, los cuentos indios y persas que se reúnen en Las mil y una noches, solo por mencionar tres casos notorios. De modo que es el enaltecimiento de la obra del traductor lo primero que me gustaría resaltar. En definitiva, cuando leemos una obra proveniente de otra cultura no es exactamente la palabra de su autor la que seguimos, sino la de quien la ha convertido, con mayor o menor éxito, en voz significativa en la lengua que entendemos. Es una labor tan especial y básica que con justeza un hábil traductor resulta un coautor.
 
Aclarado esto, se hace indispensable explicar en qué consiste el acto de traducir. Para el neófito sencillamente se trata de llevar las palabras escritas en una lengua a otra. Sin embargo, esto es demasiado primario y limitante. Si bien el término deriva de una voz latina, "traductio", que a su vez proviene del verbo "traducere", el cual significa «hacer pasar de un lugar a otro», no se trata solo de trasladar un texto a otro lenguaje, sino de reconstruir un mundo de sentido desde una cultura que se expresa en un idioma determinado hacia un nuevo universo donde se vuelve comprensible y significativo. De manera que considero que traducir es recrear para un contexto sociolingüístico distinto un texto proveniente de otra cultura, de modo que, no solo sea comprendido en sus denotaciones, sino, en sus relaciones contextuales. Convertimos no solo palabras en otras palabras, sino que hacemos accesible su ámbito y la experiencia humana que las emplea para sus propósitos.

La historia de la traducción es tan ancestral como la propia interacción del hombre, pues fue precisamente el intercambio entre sujetos ajenos en sus culturas lo que condujo a la necesidad de verter unas producciones culturales de una lengua a otra. Se sabe que la Epopeya de Gilgamesh, de los sumerios, se difundió en distintas lenguas asiáticas. De igual modo, los textos egipcios viajaron por otros idiomas, empezando por distintos dialectos que se hablaban en Egipto. La Biblia fue trasladada del hebreo original al griego y el latín, para hacerla accesible no solo a judíos que desconocían el hebreo, sino, a otros pueblos. Los monasterios fueron centros de fervorosa actividad traductora, que incentivaron el estudio de lenguas ajenas y posibilitaron el atesoramiento y reproducción de textos fundamentales. En lengua castellana fue muy reconocida la Escuela de Traductores de Toledo, auspiciada por Alfonso el Sabio. Ésta puso a fluir en el ámbito de nuestra lengua la producción intelectual, tanto científica como cultural, de árabes y judíos.
 
Aquí se visibiliza un valor añadido, pero no subalterno de la actividad traductora. Conocer es comprender y comprender es acercar. El conocimiento de obras provenientes de otras culturas no solo posibilita el acceso a saberes inéditos y útiles. También facilita un mejor entendimiento de culturas foráneas y, consecuentemente, facilita la relación entre pueblos distintos.
 
En general, se traduce para poder ganar conocimiento de una información de otro modo inaccesible.
 
No obstante, hay también otras razones no menos beneficiosas que me han salido al paso durante mi práctica como traductor. En primer lugar, me ha posibilitado una aproximación íntima al proceso creativo de otros autores. En tal sentido, José Martí, en el prólogo a su versión de Mes filles de Victor Hugo, aporta una definición de traducción que es sumamente aportadora. Dice allí que «Traducir es transpensar». Es decir, que para lograr transmitir el texto elaborado por un autor uno debe acercarse todo lo posible a pensar como aquél. Es de aquí que al traducir consciente y atentamente, uno percibe cómo el escritor concibe sus asuntos, cómo los ciñe en determinadas formas, cuáles son las palabras que emplea, así como los recursos y matices para presentar sus asuntos. Este aspecto resulta de una utilidad enriquecedora para el escritor, pues lo relaciona con una amplia gama de mecanismos y recursos expresivos, además obviamente de temas y maneras de concebirlos.
 
En segundo término, producto de este intenso negociar entre dos lenguas, uno desarrolla una conciencia más amplia y meticulosa acerca de su propio idioma. Al enfrentar los disímiles obstáculos que cada texto nos pone enfrente, los retos de nuestra determinación por alcanzar la más cercana calidad expresiva respecto al original, nos percatamos de las posibilidades e insuficiencias de nuestra lengua materna. A la vez, esto nos instiga a buscar las más audaces posibilidades expresivas. De modo que ese esfuerzo enriquece y dinamiza nuestra propia competencia lingüística.

De viejo es repetido el viejo lema de «Traductor, traidor». Por supuesto que esta aseveración parte de prácticas deficientes en el hecho traductor. Sobre todo porque en sus orígenes no había un examen cuidadoso de los elementos imprescindibles para obtener una traducción fiable y, por ende, se carecía de una teoría enriquecedora. Muchas veces se partía del supuesto de que el dominio de la lengua extranjera constituía por sí solo el fundamento para trasladar un texto a la lengua materna. El extenso y continuado ejercicio de la traducción, sus elucidaciones teóricas, así como el desarrollo de tecnologías de consulta más eficaces, como los diccionarios bilingües o de campos semánticos, la Internet, las distintas enciclopedias temáticas, muchas de ellas ya digitalizadas, han aportado otras herramientas útiles al traductor. Sin embargo, el conocimiento del idioma original del texto es solo la habilidad básica para el traductor. Se necesita además una relación y compenetración amplia con la cultura que fundamenta el mismo. También una comprensión del mundo de referentes del autor así como de sus medios expresivos y su empleo personal de la lengua. El lenguaje es el portador más rico del mundo que lo genera, tanto en el devenir como en el momento de aparición de la obra. Por último, se hace preciso un correspondiente saber de la cultura y las posibilidades expresivas del idioma vernáculo, pues, al adentrarnos en un texto, nos enfrentamos con asuntos que no siempre son de nuestra ocupación cotidiana. Al trabajar en la conversión de obras es increíble el arsenal de términos, fenómenos y elementos del variopinto universo existencial, tanto de la naturaleza como de la historia, la tecnología y la cultura en general desarrollada por el hombre en nuestro propio ámbito lingüístico que descubrimos.

 
Por supuesto que el tipo de texto determina las posibilidades y el procedimiento de traducción. No es igual verter una obra de carácter técnico que una de ficción. En aquella, la precisión terminológica y la exactitud denotativa son fundamentales. En tanto que en la literatura de creación, la expresividad y el grado de belleza son principales.
 
Por último, en cuanto al método, a mi parecer, lo principal es realizar una lectura minuciosa, y atenta. Llegar a través de ella a una familiarización no solo con la superficie del texto, sino con sus elementos subliminales, con sus sutilezas connotativas así como con su mundo de referencias. Una vez que se ha absorbido la obra de tal manera, por inmersión en sus múltiples capas de sentido, se estará en condiciones de rehacerla en el idioma propio. Para muchos se trata de un simple mecanismo de fondo. Dejar ver las ideas del autor original. Sin embargo, sobre todo en la traducción literaria, hay que recordar que un autor emplea diferentes recursos expresivos que forman un todo con sus asuntos y conforman su orbe de significación. Así que el traductor debe cuidar y proporcionar, empleando los términos más convencionales, equivalencias tanto de forma como de fondo. Esta sería la traducción más lograda, la que alcance una equivalencia más depurada en la totalidad de la obra.
 
Hace mucho que tengo el sueño de que el desarrollo de la informatización logre habilitarnos con un chip biológico que podamos variar a gusto para pasar del uso de una lengua a otra. Así todos podremos comprender y emplear todos los idiomas que se hablen en la tierra. Mientras tanto debemos incentivar y estimular la labor de ese creador infatigable y sensible que nos abre los más insospechados caminos a otras experiencias, conocimientos y culturas mediante su arte laborioso y responsable. Es bueno empezar a sostener la idea no de traductores traidores, sino de traductores amigos.

 
TEXTO COMPLETO
 
FUENTE:
http://www.radioangulo.cu/columnistas/bitacora-de-odiseo/20392-averiguaciones-en-torno-a-la-traducción

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