domingo, 26 de mayo de 2013

El traductor José Martí

24.5.13

Cuando el 19 de mayo de 1895 cayera combatiendo "de cara al sol" el Apóstol de la independencia de Cuba, pocos sabían que en "nuestra América" dejaba de existir uno de los traductores más excelsos del siglo XIX. Para entonces, José Martí había llevado al español más de una veintena de autores provenientes de disímiles lenguas y latitudes, y exponentes de variados estilos, incluyendo, por supuesto, el literario en una asombrosa diversidad de géneros.

Heredábamos también, aunque disperso, un valioso cuerpo teórico sobre el oficio 'traduccional', la evidencia latente de una práctica rigurosa, y una serie de traducciones inconclusas, fruto del mero ejercicio o de la falta de tiempo, pero portadoras, al igual que las publicadas, de la profesionalidad asumida por el traductor en la concepción de todos sus traspasos, desde el ensayo más enjundioso sobre "antigüedades clásicas", hasta la poesía más personal. 

Sin embargo, esta arista del más universal es quizás una de las menos conocidas; de hecho, no ha sido suficientemente estudiada. Y sus traducciones, "hábiles y eficaces", como las describiera Juan Marinello, todavía no se han antologado debidamente, ni cotejado en su totalidad con los originales, además, no se cuenta con una edición crítica de ellas, lo que demanda el empeño investigativo de la joven hornada de especialistas y estudiosos de la obra martiana.

Una introducción a esta faceta del Apóstol nos remite a su tierna adolescencia, cuando, a la vera de su mentor Rafael María de Mendive y con apenas 13 años, emprendió la traducción del Hamlet shakespeareano, pero, imposibilitado de avanzar más allá de la escena de los sepultureros, como él mismo expresara 16 años después, optó por pasar al español A Mistery, de Lord Byron.

Nada se conserva de estos intentos tempranos ni de otros que asumiera el joven traductor, como cierta canción de Auguste Vacquerie o un "contrato lleno de voces técnicas y extrañas" con el que, en Madrid, a pesar de su "bellaca traducción", gozó la maravilla de ganar ocho pesos, suma empleada "no en botines", que de seguro buena falta le hacían, "sino en fotografías de cuadros buenos", razón por la cual, aunque satisfecho, lamentaría más tarde: "Creo que tuve que esperar un mes para tener zapatos."

Con posterioridad, en 1875, en una nota periodística publicada en la Revista Universal de México y titulada Traducir Mes Fils, Martí se refirió a la novela de Víctor Hugo como "la primera traducción que he hecho de alguna cosa ajena", con lo que desconocía todos los traspasos anteriores. Este, al mismo tiempo, constituye el primero de los recopilados hasta el momento y el único que, según constancia, mereciera el beneplácito del traductor.

La mayor parte de los traslados lingüísticos del Maestro se encuentran recogidos en tres de los tomos correspondientes a sus Obras Completas. El 17, dedicado a su poesía, contiene un capítulo titulado Traducciones, en el que se dan cita, inconclusas y defectuosamente presentadas, piezas de Quinto Horacio Flaco, Ralph Waldo Emerson, Henry Wadsworth Longfellow y Edgar Allan Poe.

En el tomo 24 se agrupan los traslados de tres ensayos, Old Greek Life, de John Pentland Mahaffy; Roman Antiquities, de Augustus Samuel Wilkins, y Logic, de William Stanley Jevons, traducidos con los títulos respectivos de Antiguedades griegas, Antigüedades romanas y Nociones de lógica, al tiempo que el tomo 25 recoge tres novelas: la ya referida Mis hijos, de Víctor Hugo; Misterio, de Hugh Conway, y Ramona, de Helen Hunt Jackson.

Mención aparte merecen los trabajos traslaticios de La Edad de Oro. La premura con que el traductor tuvo que asumir la creación de 32 páginas mensuales lo obligó a poner en español obras de otros autores a los que, con toda honestidad, les concedió crédito.

Del danés Hans Christian Andersen utilizó un cuento, The Nightingale, trasladado como Los dos ruiseñores; y del francés E. R. Lefebvre de Laboulaye, dos: Poucinet y L'ecrevisse, titulados, respectivamente, Meñique y El camarón encantado.

Gracias al hombre de La Edad de Oro, los niños de América tuvieron a su alcance fragmentos del capítulo tres, Great Young Men, del libro Life and Labour, escrito por el escocés Samuel Smiles. El artículo salió con el título de Músicos, poetas y pintores. La revista también incluyó dos poesías: Fable, de Emerson, y The Prince Is Dead, de Helen Hunt Jackson, única persona de quien Martí tradujera tanto prosa como verso. Estas composiciones fueron nombradas, en el mismo orden, La montaña y la ardilla y Los dos príncipes.

En la relación ofrecida hasta aquí, por razones de espacio, no figuran todos los traspasos martianos, sin embargo, debe hacerse referencia a Las Odas, de Anacreonte, por la curiosidad de haber sido originalmente escritas en griego, y el más misterioso de ellos, el Lalla Rookh, del irlandés Thomas Moore, documento conocido como "la traducción perdida", pues, a pesar de las indicaciones y recomendaciones del héroe acerca de este encargo, quedado en su mesa de trabajo en Nueva York, jamás apareció.

La cantidad de obras y la diversidad de géneros y lenguas de partida manejadas por Martí le otorgan mérito suficiente para situarlo, junto al venezolano Pérez Bonalde y el francés Charles Boudelaire, entre los grandes de la traducción, razón por la que la teoría martiana del oficio ha sido tradicionalmente utilizada en la mayoría de los cursos de traducción impartidos en Cuba y en otras latitudes, sobre todo, los principios, reglas y pasos que deben guiar el trabajo.

Pongamos por ejemplo las indicaciones dadas a María Mantilla en carta del 9 de abril de 1895, desde Cabo Hitiano, donde, entre muchas consideraciones prácticas, Martí le recomienda a la adolescente que "la traducción ha de ser natural para que parezca como si el libro hubiese sido escrito en la lengua a la que lo traduces, que en eso se conocen las buenas traducciones".

Al ingenio del Apóstol se debe asimismo la siguiente idea: "Traducir es tanto como crear; y casi puede decirse que solo puede traducir bien aquel que posee condiciones semejantes, cuando no iguales, a las del autor interpretado, porque el que traduce ha de salir de sí y ponerse donde el autor se puso, para dar a cada palabra el alma y fuego que la harán durable", cualidades que, sin dudas, estaban presentes en el intelecto martiano.

Y concluye el Maestro: "Un autor sincero talla las palabras con la misma limpieza y fatiga que un lapidario de fino: y el traductor tiene que ser en su lengua tan esmerado, nuevo y feliz como el autor lo fue en la suya". De lo cual puede colegirse que los traslados martianos no carecieron de las buenas características promulgadas por él.

Uno de los libros más importantes sobre el quehacer traslaticio martiano se debe a la autoría de la Dra. Lourdes Arencibia, abanderada de los estudios sobre teoría y técnica de la traducción y presidenta por muchos años de la Sección de Traducción Literaria de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. A falta de un encabezamiento mejor, le hemos "pedido prestado", para el presente trabajo, el título de su libro: El traductor José Martí, una lectura recomendable.

Y para terminar, diremos que un acercamiento al tema no estaría completo sin mencionar la calidad de las traducciones martianas, la cual hemos tenido la dicha de constatar en varias investigaciones, cuyos resultados han sido la base de libros como Traspasos de La Edad, Edgar Allan Poe en la traducción martiana y Mejillas de tulipán.

La conclusión del estudio de numerosos cotejos se torna común: "José Martí no solo convierte a la lengua de llegada la esencia de los aspectos contentuales, sino que traduce o reproduce los medios expresivos y recursos estilísticos de los que se valen los diferentes autores", planteamiento válido para todos los niveles lingüísticos.

Solo nos queda agradecerle al insigne cubano la brillante ejecutoria en un oficio que, en raras ocasiones, corona a alguien con el éxito. A él le debemos haber accedido a todas esas obras aquí referidas, y haberlas disfrutado con el placer solo proporcionado por las buenas traducciones. Queda pues establecido que con el genio martiano se reivindicó con creces la figura del traduttore para alejarse definitivamente de la fatídica noción de traditore.

FUENTE:
http://www.invasor.cu/index.php/es/historia/18175-el-traductor-jose-marti

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