martes, 21 de mayo de 2013

Melcer: “Traducir Rayuela es como escalar el Everest”

21.5.13

Llevar a Cortázar al hebreo fue un desafió al punto que inventó palabras.



JERUSALÉN.— Al traductor, escritor y periodista israelí Ioram Melcer le gusta decir , con una amplia sonrisa, que “Rayuela y yo cumplimos 50 este año”. Al presentarse recientemente la traducción al hebreo de la inolvidable novela del argentino Julio Cortázar, precisamente en el cincuentenario de la publicación de Rayuela, Ioram no puede menos que sentirse satisfecho.
 
“Para un traductor, traducir esto es como escalar el Everest”, dice entre orgulloso y aliviado por haber terminado el trabajo.
 
Ha traducido más de 90 libros, entre ellos obras de Arturo Pérez-Reverte, Jorge Volpi, Paulo Coelho, Antonio Lobo Antúnez, Mario Vargas Llosa, Antonio Skarmeta, Fernando Pessoa, Salman Rushdie, Jorge Icaza , Junot Díaz y muchos más. Pero no tiene dudas: los que más le han impactado han sido "El libro del desasosiego" de Fernando Pessoa y "Rayuela" de Julio Cortázar.
 
Sus estudios de lingüística en la Universidad Hebrea de Jerusalén han sido claves para Ioram Melcer (estudió también Historia, Filosofía e Informática), pero más allá de ello, lo esencial es su deseo de compenetrarse con la obra de un autor y lograr “meterme en su piel”.
 
“A veces siento que el trabajo de traductor es un poco como el del detective, que va buscando piezas y armando un mosaico”, comenta a EL UNIVERSAL dando como ejemplo las numerosas oportunidades en las que sintió que para traducir exitosamente determinada frase o expresión, debía llegar al origen etimológico del mismo. Y el desafío fue tal que hasta “inventó” unas 30 palabras en hebreo. “Ningún traductor ha hecho algo así ni en inglés, ni en francés”, señala Ioram Melcer.

 
Ioram nació en la ciudad norteña costera israelí de Haifa, hijo de padres llegados a Israel en los años 50 de la provincia de Tucumán en Argentina. De niño vivió cuatro años y medio en Tegucigalpa, Honduras, por un trabajo de su padre, y ya de mayor conoció una gran variedad de lugares, atesorando numerosas experiencias especialmente en América Central. Su amor por los idiomas y facilidad para dominar muchos y muy variados le acercó a distintas culturas. Ha traducido mayormente del castellano y el portugués, pero también ha trabajado en francés, inglés, italiano y catalán, explicándonos que domina también árabe, turco y hasta lenguas antiguas, ya muertas, como dos dialectos de copto…
 
Su madre, que fue la primera en tener una Maestría en Lengua y Literatura Castellana de la Universidad Hebrea de Jerusalén, le enseñó castellano -al captar su facilidad para los idiomas- en una forma mucho más metódica y sistemática que el simple hablar en el hogar en su idioma natal.
 
Pero la enseñanza fue, además, parte del ambiente. Ioram recuerda Rayuela en el estante de su mamá, cuando él tenía apenas seis años y vivía en Honduras.
 
El ambiente en su hogar, en realidad, no sólo le facilitó el aprendizaje de idiomas sino que le incentivó desde pequeño el amor por los libros. “Mi mamá, que enseñaba en la universidad, tenía muchos libros. Yo ya entonces tenía manía por los libros, repasaba los libros, estaba aprendiendo a leer y entonces descifraba los titulares..”. Y lo fascinaban... más que nada los libros grandes, gruesos, que le daban la sensación de esconder los secretos de la humanidad, de la cultura universal.
 
Esa pasión fue, en parte, lo que le llevó a empezar a traducir, sintiendo que eso le ayudaría a comprender cómo se hace un libro. No tiene dudas que escribir lo suyo propio es mucho más creativo -ya ha publicado cinco libros y está escribiendo ahora una nueva novela- pero la traducción de grandes obras siempre la ha producido también una profunda fascinación.
 
Reconoce que la traducción tiene algo de altruismo -al permitir que quien no domina determinados idiomas pueda de todos modos disfrutar de sus tesoros literarios- y de la “pasión primordial por contar el cuento”. También es consciente de que al pasar a otro idioma, se pierde parte del encanto del original, pero eso no le hace dudar en lo más mínimo sobre los beneficios de poder contar con textos traducidos que de otra forma serían inaccesibles para la mayoría de la gente. “Lo ideal sería que cada uno aprenda el idioma en el que quiere leer, pero como eso no sucede, la traducción ayuda”.

 
Ahora, sin embargo, al hablar del “alivio y muchísima felicidad” que le da haber finalizado la traducción de Rayuela al hebreo, sintiendo que fue “una cima, lo máximo”, también comenta que “desde un punto de vista artístico, intelectual, mental, poco interés puedo tener yo en traducir ya un libro ‘normal’” , admitiendo que la gran novela de Cortázar no lo es. Recalca que su desafío era “dar la posibilidad de una experiencia paralela… quería que el lector en hebreo viva Rayuela de una manera que le haga comprender la vivencia de un rioplatense en París en el 63, lo cual es imposible, pero a eso yo apunto”. Agrega que para eso no basta con una mera traducción de las palabras y no dudó ni un momento que él debería traducir al hebreo “absolutamente toda la complejidad lingüística de la obra”.

 
Aunque aclara que detesta la expresión, siente que ahora, debe recurrir a ella: “Hace 21 años, el primer libro que traduje fue Octaedro, de Cortázar. Y ahora Rayuela. Así que puedo decir que cerré un círculo, tanto por la complejidad del libro como por su importancia en la cultura”.


FUENTE:
http://www.eluniversal.com.mx/cultura/71859.html

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